Me despierto una mañana, justo antes de un importantísimo día de fotos, me miro al espejo y….
Oh no! No solo tenía unas bolsas en los ojos gigantes, si no también los tenía como infectados. Entre rojos y amarillos, daban un poco de asco. Lo admito. No se imaginen cosas raras, no era como para ir a la clínica, pero claramente tampoco a trabajar.
Sin ninguna posible solución a mi alcance, mi madre llegó con agua caliente y dos bolsas de té. Decidí que lo mejor era llegar tarde a la sesión, pero con la cara decente, y me puse las bolsitas por media hora remojandolas cada cierto rato en agua tibia.
Santo remedio. Yo no lo podía creer.
La naturaleza es sabia, y mas las madres. Así que si algún día se despiertan en dichas condiciones, no se alarmen, bajen a su cocina y listo! Y todo por una módica suma.